jueves, 29 de diciembre de 2016

será mejor que desaparezca por un tiempo (II)

Soy de pedir tortillas en los desayunos de los hoteles, especialmente cuando se hacen en el momento, y desde la primera que me preparó aquella cocinera, ya no tuve ninguna duda de cual iba a ser una de las comidas principales de mi dieta. Desde el primer desayuno, María, como supe después que se llamaba, me regaló su profesionalidad, su dedicación y su acento, que me enteré que era salvadoreño. Centroamericana, no sudamericana, pensé.

En mi segundo desayuno, aprovechando que había pocas personas en el hotel a esa hora, charlamos un rato, y me contó que tenía tres hijos adolescentes que alimentar, ella sola, sin ayuda de un padre, que hacía años ya se había dado a la fuga, sin la delicadeza de dejar una dirección donde poder localizarle. Creo que fue por una pregunta mía que me dijo que a sus hijos les gustaba el fútbol, y mucho. Mientras conversábamos, hizo gala de memoria, porque recordaba perfectamente cómo le había pedido la tortilla el día anterior, la cual me entregó esta vez sin mi petición habitual.

Antes del siguiente viaje a EEUU, recordé la conversación y rebusqué en unos cajones en los que sabía que tenía camisetas antiguas de fútbol del Sporting de Gijón, prácticamente sin usar, y las metí en la maleta con la intención de dárselas a María para sus hijos. Se emocionó cuando se las entregué, hasta el punto de confesarme que nunca en su vida había recibido un regalo, y ese, aunque no fuera para ella, le hacía una ilusión enorme. Hablando de la afición de sus hijos por el fútbol, me contó que una de las suyas era leer. Y como en casa yo tenía un montón de libros o ya leídos o esperando por ser leídos, que seguro agradecerían ser acariciados por un lector apasionado, me puse a pensar cuál podría regalarle.

(CONTINUARÄ)

lunes, 19 de diciembre de 2016

será mejor que desaparezca por un tiempo (I)

He pensado muchas veces cómo escribir esta historia, pero nunca he sabido cómo hacerlo, porque lo que me ha sido contado me resulta extraño e increíble. Intentaré hacerlo de la forma más sencilla posible.

Hace unos años, viajé, por trabajo, con una frecuencia mayor que mensual, a una ciudad de los Estados Unidos, cuyo nombre es irrelevante en esta historia. Me alojé casi todas las veces, creo que unas diez, dentro de un mismo año natural, en un hotel del downtown, del centro, a unos cinco minutos caminando de las oficinas donde trabajaba. Era un hotel correcto, catalogado como de cuatro estrellas, que todo el que viaja sabe que son distintas de las europeas, que seguro que hacía diez años incluso había sido lo más moderno de la ciudad, pero al que ya se le notaba, en cierto sentido, un poco desfasado y con los días de gloria casi olvidados. El restaurante era al mismo tiempo el área de desayunos, se encontraba al lado del mostrador de recepción y era muy acogedor, pese al hecho de no ser precisamente pequeño.

El desayuno era mejor de lo que cabía esperar por la calidad del hotel, mucho mejor, diría, y tenía ciertos delicatessen muy por encima del resto de manjares: una exquisita mermelada de naranjas amargas, una excelente y amplia colección de frutas de bayas y las riquísimas tortillas que, sobre la marcha, preparaba una cocinera sudamericana.

(CONTINUARÄ)

miércoles, 14 de diciembre de 2016

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