Lo primero de todo, con esta entrada no abandono el retiro necesario para dominar las artes de la jardinería, pero veo ahora necesaria una explicación pospoética del mundo.
Etsimo no es un nombre de un gremlim malo, es la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Minas de Oviedo, que tantos gloriosos frikis ha aportado al mundo.
Uno de ellos era un profesor que escribió tres libros no sé si de álgebra o de cálculo, de los cuales, y creo que cito sus palabras, el primero sólo lo entendían él y Dios, el segundo sólo lo entendía Dios, y el tercero (paso intencionadamente a minúsculas), no lo entendía "ni dios".
Esta entrada es uno de esos ejecicios de vanidad críptica, de los que pasan a estar al alcance del impropio entendimiento, como mínimo, sólo del rey de los altares hacia arriba, si es que hay algo.
Estoy seguro que me han gustado los libros de Agustín Fernández Mallo por lo mismo que me gustan las canciones de Jorge Drexler. Esta, en concreto, habla de algo de lo que quiero comentar, de la importancia de los ciclos, de sus amplitudes y períodos, de las fases y de las contrafases. Me gustan las analogías sobre los relojes de arena con los que juega Drexler.
Hace ya un tiempecito, un matemático y físico francés, Fourier, descubrió que toda función matemática, por compleja que sea, puede descomponerse en una suma de infinitas funciones trigonométricas, senos y cosenos, que casualmente tienen la intencionada característica de que están desfasadas de forma que cuando una pasa por su valor de amplitud máxima, la otra se anula. Nunca caminan en fase.
Todo esto forma parte de la búsqueda del equilibrio de los ciclos, de la estabilidad temporal, de ese bellísimo encanto que tienen los senos (por partida doble, valga la redundancia) y los cosenos. Todo acontecimiento en la vida admite una descomposición en una suma de infinitas explicaciones trigonométricas, todas cíclicas, algunas fuera de fase, que son las que realmente nos molestan.
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