lunes, 1 de junio de 2009

Histerias mínimas

Desde hace una semana llueve todos los días en Varsovia. Unos días mucho, otros más, pero llueve todos los días. El miércoles pasado llegaron Carmen y Juan, que, dicen, llevan el agua donde viajan; son garantía de tormenta, en cualquier lugar del mundo. En alguna civilización, por menos de eso, una universidad de medio pelo te da un título de hechicero.

Dice Javier Marías en una novela que las muertes absurdas siempre sorprenden a los extranjeros: la rama del árbol que se desprende, el desequilibrado que ataca a un transeúnte. Hoy por la tarde salí a correr, bajo la tormenta, y me iba fijando en los movimientos de los árboles y en las personas que me cruzaba. Soy extranjero para Varsovia.

Especialmente dura es la muerte de una ilusión. Me ha comentado la Teje que toda mujer tiene, cuando es más o menos niña, dos días muy difíciles, ligados ambos a casas reales, bendita monarquía: el del descubrimiento de la oscura relación padres-reyes magos y el de la certeza de que no existen príncipes azules.

Maldita pesadilla: una niña vivía asustada porque en su colegio, de monjas, le habían anticipado que podría recibir la llamada de Dios. Cada vez que llegaba a casa, muy preocupada, rezaba para que la respuesta fuese un no cuando le preguntaba a su madre si le había telefoneado alguien.

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