domingo, 9 de marzo de 2014

el profesor Nulaem - capítulo tercero

Pasé al despacho y me fue presentado el dermatólogo Manuel Valdivia. Los innumerables títulos y diplomas de la pared cumplieron la doble función de hacerme el mudo y protocolario acto de presentación y de recordarme la teoría de las carencias. Estoy convencido de que, como nadie se para a mirar, entre todos aquellos papeles colgados, uno, al menos, era un premio obtenido en una carrera de sacos de algún pueblo de la provincia de León cerca de Ponferrada, colocado ex profeso para hacer bulto.

El doctor Valdivia se asemejaba nada a lo que yo esperaba de un experto en artes ocultas, y más bien se parecía a algún oportunista profesor de tenis de bronceado californiano y pelo canoso engominado. Llevaba, además, un atuendo de enfermero de medio pelo, como si acabase de llegar de comprarlo apuradamente para carnavales en un chino de todo a un euro. A todo esto, yo me había olvidado del profesor Nuleam, cuando el doctor se dirigió a mi:

- Y bien, usted me dirá.

Saliendo del paso como pude, le hablé de un lunar que tengo en mi brazo derecho, del que me sugirió seguir su evolución antes de alarmarme por algo de lo que creo que no había demostrado ninguna evidencia. Me ventiló en menos de cinco minutos con un "vuelva usted dentro de seis meses o antes, si nota que el lunar evoluciona". Pensando en el lunar creciendo en mi como el octavo pasajero de Ridley Scott en Sigourney Weaver, salí de la consulta, obviamente sin pensar en volver a los seis meses, ni siquiera en el caso de que al alien le hubiera salido el primer diente.

Decepcionado por no haber conocido al profesor Nulaem y desorientado porque pensé que la única explicación de esa confusión era un error originado en mi falta de atención, entré en un supermercado próximo a la consulta del dermatólogo Valdivia a pasear por los pasillos de los detergentes y suavizantes. Creo no haberlo dicho antes: me gusta el olor a limpio.

(CONTINUARA)

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