viernes, 7 de marzo de 2014

el profesor Nulaem - capítulo segundo

Lo primero que tuve que pensar fue la excusa que daría para reservar hora. Problemas conyugales, decidí. Era tan ambigua la descripción que valdría tanto para seguir la farsa por una impotencia como por un asunto de cuernos, confeso o no, y dado que ambos entraban dentro del ámbito de actación del profesor, me pareció adecuada.

Las dos primeras llamadas al número que figuraba en la publicidad, el causante de que yo estuviera metido en el lío en el que estaba, puesto que para mi ya suponia estar bastante liado el hecho de estar llamando, fueron infructuosas. Saltos al vacío de un contestador impersonal, tras una horrorosa música de una cumbia o algo que pretendía parecérsele.

Pero a la tercera fue la vencida. Me contestó una voz de una mujer que me citó en una calle de las que tienen un nombre que uno nunca recuerda, pero el portal, la escalera y el piso eran reconocidos: 17, escalera 2, 4º B. A estas alturas, nadie dudará que yo vivo también en ese número de portal, escalera y piso. Me atendió como si fuera una secretaria de consulta médica, con absoluta discreción, corrección y educación, y me dio cita para 2 días después. Todo era raro y me desencajaba, empezando por las raras coincidencias, y siguiendo porque esperaba una respuesta extraña, friki, al teléfono y fue lo mas normal que me habia ocurrido en el episodio previo a conocer al profesor.

Cuando acudí, me recibió una mujer de mediana edad, a la que ya se le habian pasado sus dias de gloria sin que ella se hubiese dado cuenta, posiblemente. Comprobó que yo tuviera cita en una agenda de esas que regalan las casas de cosméticos que tenía sobre la mesa y me pasó a una sala pequeña, con unos cuantos cuadros de mapas geográficos de España, dos lámparas, una de las cuales estaba apagada o tenía la bombilla fundida, papel pintado de color beige en las paredes, seis sillas de estructura metalica y tela roja y dos butacas de cuero negro. En una mesa de cristal, en el centro de la sala, había un montón de revistas, fundamentalmente del corazón, con portadas muy gastadas, desordenadas y la mayoría, como comprobé mas tarde, atrasadas. Tres personas esperaban en la sala cuando entré. Una pareja mayor, en edad de jubilación los dos, y una chica que no llegaba a los 40 años, delgada, atractiva y que no aparentaba estar pasando por ninguno de los problemas para los que el profesor Nulaem tenia remedio.

Después de esperar unos veinte minutos, la recepcionista sin gloria me pasó a la consulta del profesor.

(CONTINUARÁ)

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