domingo, 23 de marzo de 2014

el día que despertó el niño interior

Un viernes cualquiera, J sale del gimnasio a las 8 de la tarde. Este es un viernes de primavera aún temprana, el sol se acaba de poner hace menos de una hora y, aunque no hace frío, las calles están cubiertas de lluvia reciente y casi desiertas. De vuelta a casa, por el mismo camino que toma habitualmente, una calle estrecha con circulación de tráfico en un solo sentido, sólo visualiza, acercándose, por su acera, a un hombre mayor, algo encorvado ya, que camina con ligera torpeza, ayudado por su bastón.

A lo lejos, por la acera contraria, la única en la que se permite el estacionamiento de vehículos, se oye a una persona que grita, en tono amenzante, pero aparentemente sin dirigirse a nadie. J camina tranquilamente y las voces se acercan, a un paso más rápido que el anciano del bastón. Cuando el hombre se encuentra a la altura de J, casi al mismo tiempo que se cruza con el anciano, se detiene a mear entre dos coches y le reta con la mirada hablando muy alto, pero ya sin gritar, y mirándole, pero sin dirigirse aparentemente a J. J se para, gira en dirección al hombre y le mira fijamente. El anciano parece no haberse dado cuenta de la presencia ni de J ni del hombre. Mejor para él.

Los fantasmas de J salen de debajo de la cama, como cuando apagaba la luz al acostarse, hace ya tiempo. Esta vez han salido a la luz del día que termina y de la iluminación de las farolas que comienza, pero parecen restos de lo que fueron. J, instintivamente, aprieta uno de sus puños y los fantasmas retroceden. El hombre ha terminado ya de hacer sus necesidades y continúa su marcha. J cruza de acera, le ve alejarse, quieto, mientras el hombre ha dejado ya de gritar. Siente a sus espaldas que J le mira, pero no se gira para comprobarlo, o no se atreve a girar.

A unos 50 metros de J, el hombre entra hacia un callejón, a su derecha y J decide seguirlo. El callejón es oscuro, y hay un portal al fondo, en el que ha visto deslizarse a una sombra. Avanza ahora a paso rápido mientras sus manos encogen los dedos en los puños y luego los estiran, contínuamente, siguiendo el ritmo de sus pies. J entra en el portal. Antes de un minuto, se escucha un ruido sordo, y luego algo que se desploma. J sale del portal en sombras tranquilo, recuperado el paso que llevaba camino de casa.

"Sólo quería ver el miedo en sus ojos, necesitaba verlo", se dice mientras piensa en que va a cenar esa noche.

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