martes, 9 de enero de 2018

lo de siempre

Había sucedido lo de siempre. No contento con bucear en los buscadores de la red a la caza de información sobre todas las calderas de gas que se vendían en un radio de acción de 50 kilómetros de su casa, Luis, además, tenía que entender porqué elegir una de gas y no una eléctrica. Tenía que saberlo todo, incluidos los porqués. Seleccionando con cuidado, se decantó por los cuatro anuncios más atractivos según su criterio, y pese a que figuraban los nombres y los teléfonos de sus propietarios, no hizo más que registrar un mensaje en el formulario estándar de una web de artículos de segunda mano, indicándoles su nombre, su número de teléfono y el interés concreto por los equipos que ofrecían. "Quiero que me vendan una caldera, no comprarla. El que quiera vender estará atento a su correo electrónico y me llamará", pensó. Antes de media hora, su teléfono vibró y un número desconocido, no registrado en el terminal, apareció en la pantalla.

"Hola, Luis, soy Sonia". Pensó un par de segundos y contestó: "Perdona, Sonia, pero he hecho varias consultas a propietarios de calderas y no sé exactamente cuál es la tuya". "Soy Sonia Moreda", precisó. Sintió un escalofrío extraño, pues no había memorizado ninguno de los nombres, presagiando una sorpresa. Repitíó para sus adentros, procesando bien el nombre y tratando de identificar una voz que segundo a segundo le resultaba cada vez más conocida: "soy Sonia Moreda", y el cosquilleo se fue convirtiendo en el movimiento de columnas de burbujas de sangre que comenzaban a hervir en todo su cuerpo. "Mo-re-da". se dijo, matizando las pausas entre sílabas.

La primera le asestó una puñalada que Luis sintió a pocos centímetros a la izquierda de su esternón, y las dos siguientes hundieron la hoja con lentitud hasta la guarda. Hacía ventiun años, otra Sonia Moreda le anunciaba que se iba a casar con ese novio al que no quería, y revivió aquél momento, aquélla puñalada parecida, la de ahora menos certera y menos dolorosa que la primitiva, pero igual de eficaz, aquélla que le abrió el pecho en dos y le arrancó el corazón en un solo movimiento. Pero no eran otras. Era la misma Sonia Moreda y era la misma puñalada, crecida, adulta y madura, doliendo de otra manera y de manera idéntica, como si esta vez el filo hubiera entrado por la misma herida, que tantas amores y decepciones había costado curar y cicatrizar. "Soy Sonia Moreda, Luis. Sé que hace mucho tiempo que no tenemos contacto, pero nunca me he olvidado de ti. ¿Cómo estás?"

Había sucedido lo de siempre. Quiso saberlo todo, incluso un porqué que no existía. Y maldijo a Sonia Moreda y le dedicó un desdén que fue la única manera que encontró de detener una hemorragia que amenazaba no sólo con dejarle sin sangre dentro de su sistema circulatorio, sino con arrancarle de cuajo venas, arterías y capilares. Se dio cuenta entonces de que había logrado sobrevivir más de veinte años sin ese inexistente porqué. Simplemente, las decisiones, a veces, se toman por ausencia de uno.
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