miércoles, 12 de marzo de 2014

el profesor Nulaem - capítulo sexto

(Se abre el telón. Una luz de un foco apunta a un hombre de mediana edad sentado frente a una mesa, en algo que podría ser un salón. Frente a él, únicamente una taza, parece que de café, un papel con algo pintarrajeado en él y un teléfono móvil. El hombre está apoyado sobre la mesa con los brazos cruzados, y tiene cara de indecisión.)

Al día siguiente me levanté temprano, y a las once y media de la mañana ya estaba casi totalmente en pie. Sé que puede no parecer temprano para tocar a maitines, pero si para tomar el vermut, por ejemplo. Trasnochar el día anterior para averiguar el paradero del profesor me había dejado manualmente agotado. Iba a llamar de nuevo al teléfono de marras, y esta vez no podía hacerlo a las bravas, como la primera ocasión, pero para urdir un buen plan con una adecuada estrategia, tenía que ayudarme alguien más inteligente que yo.

Pensé entonces que lo mejor sería consultarlo con mi amigo José, a quien yo recurría siempre en mis momentos de duda, porque él si que era un intelectual de los de verdad. José se autodenominaba a si mismo inventor de palabras, y su ídolo era Matías Martí, el personaje de La Colmena de Cela. Contaba orgulloso que su gran creación era la acepción mejodar (también con versión reflexiva), que él definía como mejorar para peor, y que llegó incluso a enviar a José María Merino, para el estudio de inclusión, por parte de la RAE, en el RDLE. Fracasó también, además, en convencer a la policía nacional de que figurase inventor de palabras como profesión en el dni, y eso que llegó a ofrecerles a cambio hasta seis puntos de su carnet de conducir.

Había quedado con José a la 1 en una cervecería de Chamberí, cerca de la plaza de Olavide y, como en todas y cada una de mis citas, llegué tarde, cuando mi contertulio, confesor y amigo se encontraba ya saboreando la primera caña. Nos dimos un fuerte apretón de manos y un masculino abrazo y, como me temía, sin darme tiempo a pedir mi caña ni a sentarme, comenzó a hablarme de su última idea de agro-marketing para intentar lanzar "mejodar" al mercado, que no era otra que intentar que Chiquito de la Calzada la usase en sus chistes. "Como fistro no se ha inventado nunca palabra igual", le dije, y creo que le dañé en ese momento en su amor propio, en los tentáculos propiamente dichos.

Entonces tuve una ligera duda de que fuese cien por cien la persona idónea para ayudarme en mi empresa, pero era, a nuestro pesar, el intelectual de mayor rango al que yo tenía acceso y no debía saltarme la cadena de mando. Así pues, esperé la media hora de rigor de mis conversaciones con José en las que hago como que le estoy atendiendo y pienso en mis cosas, en lo que de verdad me preocupa, y le empecé a contar toda mi historia.

"El jueves pasado me cité para comer con Rebeca, una amiga de toda la vida, y que hacía tiempo que no veía. Fue en una cafetería del centro de Madrid, de esas que tienen un menú del día caro y descuidado, pero que como es de las pocas que quedan a medio camino entre nuestros respectivos lugares de trabajo, solemos, o más bien solíamos, utilizar con frecuencia para nuestras reuniones cada vez menos frecuentes."

(YA NO CONTINUARÁ)

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