sábado, 28 de enero de 2017

domingo, 15 de enero de 2017

martes, 10 de enero de 2017

será mejor que desaparezca por un tiempo (IV)

María comenzó a leer el libro con avidez, y se enganchó tanto a la lectura como tanto se enamoró, poco a pòco, casi sin darse cuenta, de Andrés. Le había fascinado desde la primera página del libro el carácter valiente de aquél chico y posiblemente le había recordado a alguien de su juventud. Cayó rendida como una colegiala.

En los primeros capítulos se describía la vida y costumbres de Andrés en su pequeño pueblecito asturiano de costa, se contaba el origen de su familia, cómo se habían conocido sus padres y cómo habían fundado la familia. Andrés era el pequeño de dos hermanos, y el mayor, Luis, tenía como mayor ilusión de su vida conocer Argentina.

Un día, allá por el capítulo 6, en una revuelta de mineros antes del estallido de la guerra civil, tras la colocación de un artefacto explosivo en una mina en protesta por unas reivindicaciones no tomadas en consideración, un guardia civil falleció en el incidente. Andrés estaba detrás del operativo y se sabía bajo vigilancia, por lo que esa misma noche reunió a su familia y les dijo:

- "Será mejor que desaparezca por un tiempo".

sábado, 7 de enero de 2017

jueves, 5 de enero de 2017

será mejor que desaparezca por un tiempo (III)

De entre las opciones que barajaba, me decidí por uno de los últimos libros que había leído. Estaba ambientado entre la Asturias poco antes de la guerra civil española, en ese período entre grandes guerras en el que aún no se habían numerado para distinguirlas, y el Buenos Aires del corralito financiero. El protagonista era un minero asturiano, joven, idealista, valiente y descerebrado. Se llamaba Andrés y emigraba a Argentina antes de la guerra. Y su hijo, Ernesto, el deuteragonista, emigraba a España poco después del corralito.

De nuevo un viaje de trabajo. Si María se emocionó cuando abrió la bolsa con las camisetas de fútbol, cuando le di el paquete con su libro, con un regalo que era para ella, el primero de su vida, estuvo a punto de desmayarse. También me dijo que sus hijos, desde el día que yo les había llevado las camisetas, habían decidido hacerse seguidores incondicionales del Sporting.

En el siguiente desayuno me confesó que no había pegado ojo en toda la noche y que ya había comenzado a leer el libro. Aunque no había terminado más que el primer capítulo, para poder dormir y estar descansada durante su jornada, su nivel de excitación por el regalo y la historia que en él se contaba fueron tales que no hizo más que dar vueltas en la cama. Incluso había llevado el libro al trabajo, para aprovechar la hora de la comida como momento de lectura. Después de dar cuenta de la tortilla, me despedí de María.

(CONTINUARA)
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