de aquellos años en los que éramos capaces de doblar el tiempo y guardarlo en el bolsillo, para utilizarlo cuando fuera necesario, que era nunca
de palabras que no se decían porque creíamos que todos las conocían, porque alguien las hubiera pronunciado una vez y su eco retumbaría para siempre
de deseos que no se mostraban porque perderíamos una mano de póker imposible de perder con tantas escaleras y tantos colores
éramos inmortales y no lo sabíamos
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