lunes, 14 de abril de 2014

dos varones

De su padre, Irene había heredado el genio, y de su madre la pasión por los clásicos. Tanto es así que siendo todavía una jovencita, después de asistir a una obra de teatro, decidió que tendría dos hijos. Serían varones y ya tenían nombre asignado.

Cuando se casó con Raúl, hacia mucho tiempo que lo tenia clarísimo. Cuando se quedó embarazada, sin decírselo a nadie, ya le llamaba en sus pensamientos por su nombre. Cuando dio a luz, le dijo a Raúl: vete al registro y ponle de nombre Víctor. Como era la primera vez que lo oía, algo que Irene no quiso entrar a acordar siquiera, Raúl, entre las prisas, los nervios, y el no saber el nombre de su primogénito con suficiente antelación, le dijo al funcionario: "Héctor. Se llamará Héctor". En su defensa puede decirse que iba tan despistado el pobre hombre que sólo la suerte hizo que no entrara a registrar al bebé en una panadería.

El disgusto de Irene, que a Raúl se le antojaba exagerado,  aún no se le habia pasado cuando quedó embarazada de nuevo 5 años después, pero, como madre, lógico, quería a Héctor igualito que si fuese Víctor. Cuando dio a luz al segundo vástago, que no podía ser otra cosa que varón, claro, le pidió a Raúl que se acercara a la cama donde reposaba y le dio un papelito bien doblado, para que lo llevara con él al registro.

Cuando el funcionario, que quizás fuera el mismo, pero eso no importa ahora, le preguntó por el nombre, desdobló el papelito y leyó: "H-U-G-O. Que se llame HUGO. No te confundas otra vez".

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