perezón

Un perezón enorme me ha supuesto este viaje a Varsovia después de haber estado 10 días en Asturias. Se siente la ausencia, se siente el himno cuando se está fuera, pero, sobre todo, se siente cuando se está a punto de volver, cuando estamos en el descuento, ese tiempo en el que se realiza la cuenta atrás, cuando se cuenta o se descuenta ya lo que queda, cuando ya es medible y es posible empezar por el final, aunque aún se vea lejos.

Polonia empieza ya a ser un recuerdo en un pliegue de la corteza cerebral, en un pliegue de esos que irá hundiéndose, como la ropa que queda en el fondo de un cajón, y que cuando sale de él, con olor a rancio, a ausencia de detergente y suavizante, a falta de vida, ya no recordamos si en algún momento fue nuestra, si alguien nos la trajo como regalo de un viaje o se quedó olvidada, no recordamos haberla comprado; un recuerdo que dentro de un tiempecito ya no sabré si es recuerdo o si creo que lo recuerdo, que iré olvidando, hasta que un día me pregunte si realmente llegué a vivir en Varsovia. En ocasiones, cuando sueño episodios de mi juventud y me despierto por la noche, recién salido de un rem, ya no sé si lo que estaba soñando llegó a ser real o no, es tal la confusión que uno tiene en ese momento en que parece que los fantasmas se agolpan alrededor de la cama para fastidiarte la vigilia.

Ha llegado el momento de volver a casa.