Sentirse cómodo lejos de casa es una sensación agradable, pero extraña. Estaba pensando justamente en eso esta mañana, en el hotel, camino de mi habitación, cuando, como corolario a mi teorema, una persona que ya estaba dentro del ascensor, y cerrándose las puertas, las abrió para que yo entrara.
Ese es el resumen de este viaje a Corea del Sur. Desde la gestación del mismo precisamos de la colaboración de alguno de nuestros colegas coreanos, que más que ello fue una preocupación constante sobre en qué situación se encontraban nuestros trámites para entrar al país, nuestros vuelos, nuestro hotel, y, en resumen, todo. Semin nos ha allanado el camino de forma que nos hemos encontrado aquí muy cómodos con él. Y el día que nos ha faltado Semin, Alex nos llevó de excursión a Namsan o Alfonso nos llevó a cenar por la zona de marcha (no sé si aún se dice así) de Seúl.
El mismo director del hotel, Alejandro, otro español, cada palabra que ha tenido con nosotros cada vez que nos lo hemos cruzado, ha sido de una amabilidad ilimitada, y que no creo impostada. Tener esta sensación en un hotel puedo asegurar que no es frecuente. Nunca sabe uno si volverá a un país que ha visitado. Puede pensar que si, desear que si o todo lo contrario, pero el poso que te queda de lo experimentado quedará por siempre. Seúl ha sido todo un descubrimiento.
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