Elena y Carlos
Bajarse de aquellos tacones
estratosféricos, iniciar el viaje de regreso a tierra y, finalmente, pisar el
suelo, sobre pies planos, era una experiencia placentera, casi como estar de
nuevo bajo la influencia del campo gravitatorio. Aunque esa sensación la
tuviera en un hotel, de un aspecto moderno e impecable, pero repetidamente el
mismo, que le trasportaba a una tierra de nadie, expuesta al amor enemigo y al
fuego propio.
En el mismo instante en que
se quita la chaqueta del traje, unos brazos fuertes y ralos le rodean la
cintura y, haciéndola estremecer, unos labios le besan el cuello, con la misma
falta de prisa de quien sabe que tiene un tiempo infinito para ejecutar una
tarea.
-
Siempre estamos en un camino que busca el equilibrio
interior a través de ser mejor cada día
-
Esa es una reflexión demasiado filosófica para un momento
en el que me gustaría ya estar en la cama contigo, amor mío, le susurran esos mismo labios que antes la besaban
-
Hoy no. Ni besos, ni caricias, ni más palabras. Sólo
quiero que me folles.
Se sienta en la cama y se
quita las medias con delicadeza. Cuando las deja sobre la sábana podría
pensarse que no han sido estrenadas jamás. Esa noche habrá sonidos de agua de
ducha, de gemidos de placer, de secadores de pelo, de sintonías de móviles y de
rozar de sábanas. Pero no se oirá ni una sola palabra más.
Cuando ella se despierta,
al día siguiente, lo único que queda de él es un leve pero fuerte olor en el
aire, como estancado, la sábana doblada por el lado de la cama en el que parece
que estuvo alguien acostado, ya levantado, ausente, y una nota sobre la
almohada.
“He cambiado de número,
desde esta mañana. Ya te localizaré yo”
Elena había conocido a
Carlos utilizando una web de contactos. Ni Elena se llamaba Elena ni Carlos se
llamaba Carlos, pero ninguno de los dos lo sabía, aunque lo sospechase, no les
importaba, ni tampoco era relevante para lo que tenían. Además, rara vez utilizaban
sus nombres de pila, quizás porque les resultase extraño llamar a alguien por
un nombre que quizás no fuese el suyo, como sabían que pasaba con ellos mismos.
Elena pensaba que no respondería de forma natural si la llamaran Elena.
Desde hacía ya varios
meses, se veían y se tocaban todas las semanas, aprovechando los viajes de
Elena a Madrid debido a sus sesiones de coaching
en el banco. Había sido detectada como una joven sobradamente preparada, con un
brillante porvenir, y sus jefes la incluyeron en un programa de desarrollo
laboral al que no estaba segura de querer acogerse, pero que le permitía sus
desahogos. Era una mujer de espléndidos 33 años, recién cumplidos, de la que
nadie hubiese imaginado que acudiría a un servicio de contactos para mantener
relaciones sexuales. Porque no era eso lo que necesitaba, pero si que fuesen
así sus encuentros con Carlos, de esa forma, anónima. Al menos para quien los
pudiese ver y no reconocer. Si alguien los hubiese observado pasear juntos,
situación que no se había dado nunca hasta este momento, hubiera dicho que
hacían muy buena pareja.
A Carlos el sexo de una
noche le sobraba; a sus casi cuarenta años mantenía en forma un cuerpo
perfecto, fruto de muchas horas de trabajo en máquinas de gimnasio, maridado
con generoso esfuerzo e inquebrantable fuerza de voluntad, y aderezado con una
pizca de genética envidiable. Era el resultado de una combinación física y
mental perfecta. Pero lo que si le faltaba era el trabajo, sin el que se había
quedado seis meses atrás, y que había motivado que, buscando una solución
cómoda, alquilara su anatomía a un precio razonable. Decidió colgar unas fotos
suyas en la web a la que acudió Elena, en las que era poco reconocible y que
atrajeron solamente a un puñado de clientas que, según declararían todas ellas a
quien pudiesen confesárselo, no se explicaban la fortuna de haber podido
contratar como semental a semejante hombre y menos aún a un precio de verdadera
ganga. Carlos necesitaba dinero, pero no hacerse rico, y como el sexo le
gustaba, decidió que con que obtuviera lo necesario para pagar el alquiler del
piso en el que vivía, era suficiente.
Desde hacía tres semanas
ya, Carlos no aceptaba más encargos que los de Elena, justo tras acudir a una
entrevista de trabajo para un puesto en el que creía encajar. Para detener las
llamadas que le traerían ya un dinero que consideraba superfluo, había
eliminado su perfil de la web de contactos y había decidido dar de baja el
número de móvil. La decisión fue tomada la tarde anterior, poco después de
recibir el whatsapp de Elena confirmándole el número de habitación y dándole
las pistas para que pudiese encontrar la llave de acceso.
Elena nunca había hablado
con Carlos sobre sus clientas; no sabía cuantas tenía y no sabía que Carlos
había decidido quedarse sólo con una. Con ella, precisamente. Ahora, lo que iba
a saber cuando despertara, se girara hacia el lado derecho de la cama, abriese
los ojos, viese la nota en la almohada y la leyera, era que debía esperar a que
le fuese comunicado el nuevo número en el que podría encontrar a Carlos.
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