Decidido a hacer una tortilla, española, para comer, abri la nevera esta mañana y descubrí que aún teníendo mas huevos que toda la plantilla del primer equipo del Real Madrid, en números arábigos, 3, eran insuficientes. Siguiendo un consejo reciente de Juan Menéndez padre para hacer tortillas que si se la hubiese aplicado Guti a su carrera futbolística, ésta estaría a siglos luz de la de Messi (si tiene que sobrar algo, que sean huevos [sic]), tomé la temerosa decisión de bajar a por ellos a la tienda de ultramarinos de debajo de mi casa.
Desde ayer, la temperatura en Varsovia ha subido, respecto al fin de semana pasado, la friolera, valga la refanfinfla, de 25ºC, por lo que hoy, a 0ºC, en términos relativos, todos estaremos de acuerdo con que hace calor. Vale, es un razonamiento paradójico, lo acepto. Por este motivo y por el nimio detalle de tener la calefacción a tope, yo andaba por casa en camiseta y pantalón corto y, sobrado de las carencias de mi nevera y de Guti, me fui a la calle a comprar los susodichos.
Ya en la tienda, me crucé con una señora mayor que, cuando me vio, me dijo algo señalándome a las piernas. Mis clases progresan, pero sólo le entendí "ulica" (o sea, calle), por lo que, después de disculparme por mi cortísimo polaco, pensé que su frase, traducida al asturiano, y que me perdone la academia de la llingua porque seguro que me equivoco, sería algo así como "oye rapacín, ¿como bajes a comprar con eses traces, con el cutu que fai en la calle?". Con los huevos en la bolsa regresé a completar la tarea culinaria.
Qué fácil sería todo si los otros también se pudieran comprar, ¿verdad?.