miércoles, 29 de octubre de 2014

Ana

Más que leer, acariciaba páginas de libros. Lo que hacía se parecía más a un suave masaje de fisioterapia, a un proyecto de precisa reconstrucción, de curación de heridas o de imposición de manos, que a un ademán secundario y necesario para desarrollar un sencillo proceso intelectual. Posaba sus manos sobre las hojas con lentitud y delicadeza, como alisándoles las cicatrices que la tinta había dejado en forma de letras en su piel áspera, transformando rugosidad en calma, extirpando tensiones y eliminándoles arrugas. Era imposible no fijarse en los movimientos de aproximación que realizaban las manos hacia el libro, no marearse con la contemplación de tal belleza. Lo acogía en su regazo, talmente lo recogía, lo protegía como a un bebé, pasaba las páginas como se acaricia la cabecita de un recién nacido, con el mismo mimo, con la misma ternura. Tenía una forma especial y única de sentarse al realizar su peculiar ejercicio de maternidad intelectual.

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