lunes, 25 de noviembre de 2013

Khady

El miércoles de una semana cualquiera, cuando Pablo llega a casa después del agotador turno de noche, Khady ya está profundamente dormida. Pablo se sienta al borde de la cama, a su lado, recuerda las historias que ella le contó de su corta y dura infancia en Africa e, instintivamente, como queriendo cambiarle su pasado, le acaricia la cara con extremo cuidado para no despertarla y, sin que ella lo sepa nunca, unas lágrimas le resbalan mejillas abajo.

A Khady, sin que él lo sepa nunca, las caricias le borran sus arrugas y cicatrizan, muy despacito, las heridas.

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