viernes, 30 de agosto de 2013

Episodio 1 - De cómo llegué a convertirme en un espía

Yo soy un tipo normal. Es más, si no fuera de mí de quien estuviera hablando, diría que soy una persona más vulgar que corriente, como muchísimas de las que te puedes cruzar en la calle un día cualquiera que no sea de playa o de lluvia. Pero como me estoy describiendo, tiendo a ser benévolo conmigo y me veo como una persona no excesivamente inteligente, aunque con cualidades para el estudio, pero, hasta en esa faceta, una de esas grises, de las que no destacan, de las que se sientan en las aulas de la universidad hacia la mitad de las filas, donde no se les vea bien y ni destaquen porque quieran o porque es intrínseco a ellos el hacerlo, quieran o no.

Por este motivo, cuando recibí la llamada de los servicios secretos, me sorprendí. Instintivamente pensé, "es el cabrón de Julián", pero cuando insistieron en repasar mi curriculum vitae, ya me dí cuenta de que aquella entrevista iba en serio, por muy poco serio que me pareciera que me entrevistaran, sobre todo cuando uno cree que si el nombre lo dice, los servicios deben de ser secretos y, por propia definición, no tiene que saberse, de ninguna forma, quién es el que te entrevista.

Todo este desconcierto se desencadenó en mis adentros en minutos, y, cuando me di cuenta, estaba más atento a mis divagaciones mentales sobre si la mujer (pareja, para ser más preciso) de aquél anónimo, para mi, entrevistador, también sabría, como yo, que pertenecía a la secreta, o a sus ojos era un simple oficinista de una empresa de transportes urgentes. Creo que en este punto fui consciente de que había visto demasiadas películas, pero fue un tiempo perdido suficiente como para no recordar en qué lugar me estaba citando. Atónito aún por la divagación sobre las dudas que posiblemente asaltaran a su mujer (pareja), mi grado de sorpresa se elevó exponencialmente a algún número positivo y mayor que uno cuando la parte receptiva de mi cerebro escuchó un lugar y una hora para vernos.

Me preguntó si lo había entendido, mentí cuando le dije un si rotundo y seco, y mi interlocutor colgó el teléfono. Creo que eso fue lo que me devolvió a la realidad, pues uno piensa que los servicios secretos lo citan a uno en un sitio donde ellos le reconocerán, al que se llegará tenso por la asimetría de la información sobre el otro, porque no hay agente de servicio secreto que no sea de medio pelo que, ante su primera cita contigo, te especifique como va a ir vestido o si te esperarán en el sofá verde al lado de la zona enmoquetada de aquél pub del que te hablaron. No es un servicio de citas, es un servicio secreto, y, por tanto, no sabes de qué.

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