domingo, 3 de abril de 2016

Montparnasse

Eric abandonó a su mujer y a su hijo cuando éste aún no contaba con tres meses de edad. Yo no conozco la razón, aunque podría imaginarla; sin embargo, creo que no es el momento adecuado para elucubraciones, forma parte de otra historia y es posible que Eric tampoco sepa exactamente porqué lo hizo.

Cuando llegó a su destino, un 6 de enero de 1987, el camino recorrido le recordó el laberinto del minotauro bueno, y deseó haber tenido de socia a una Ariadna orientadora. En cualquier caso, para llegar a aquel conjunto de piedras, papeles y flores secas, habría necesitado el tablero de direcciones del propio Julio para no perderse, el orden exacto en el que atravesar calles, saltar muros, cruzar charcos y atisbar cronopios.

Recordó una entrevista que había visto en los años 70 en la televisión, en la que Julio se mostraba sereno, protector, justo todo lo contrario que él había sido en su vida. Ahora, ahí de pie, observándole, en silencio, sintió el mismo desprecio que sintió Florentino aquella misa de aniversario de Juivenal en la que Fermina pasó a su lado como si coincidieran, ya no solamente en horas distintas, sino en domingos diferentes.

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