martes, 2 de diciembre de 2014

las tribulaciones de un pringao en la embajada de Ghana

Es difícil explicar la transformación del mundo que se sufre cuando uno entra en la embajada de Ghana en Madrid. Podría pensarse que es una mezcla de las sensaciones de Alicia en en País de las Maravillas sin maravillas, junto con las de los espectadores de la obra de teatro en El ángel exterminador. Surrealismo dentro del surrealismo. La persona que peor he oído hablar de uno de los funcionarios de la embajada fue David, un español que conocí trabajando en el Agoo Hostel de Accre. Me dijo haberse sentido violado por este hombre, que le recibió en el pequeño despacho en el que atiende con un amable "tu no vas a Ghana a hacer nada bueno". A él le pidió dinero por hacerle el visado. A mi, en tres veces que me he presentado, aún no. Pero le gusta echar broncas. De esas gratuitas.

Una de las últimas veces estaba sentado en su despacho, con las manos en la nuca, casi recostado, y los pies encima de la mesa, escuchando música africana, ghaniana, supongo, con el volumen altísimo, impropio de una oficina, o sea que nos podemos imaginar para una embajada. Este es el hombre que gestiona los visados, que ha tenido unas cuantas lindezas conmigo, como el amenazarme con negarme el visado si solicitaba visa de turista, una vez que conseguir la visa como cooperante se ponía cuesta arriba. A mi me riñe por cualquier motivo cada vez que voy, pero desde su situación de inferioridad, porque sabe que yo voy a Ghana a echar una mano. A llevar medicinas, a llevar ropa, a llevar material médico. Y eso, lo sé, le jode. Hay gente así.

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