jueves, 7 de agosto de 2014

Elena y Carlos. Episodio 1


Elena y Carlos

Bajarse de aquellos tacones estratosféricos, iniciar el viaje de regreso a tierra y, finalmente, pisar el suelo, sobre pies planos, era una experiencia placentera, casi como estar de nuevo bajo la influencia del campo gravitatorio. Aunque esa sensación la tuviera en un hotel, de un aspecto moderno e impecable, pero repetidamente el mismo, que le trasportaba a una tierra de nadie, expuesta al amor enemigo y al fuego propio.

En el mismo instante en que se quita la chaqueta del traje, unos brazos fuertes y ralos le rodean la cintura y, haciéndola estremecer, unos labios le besan el cuello, con la misma falta de prisa de quien sabe que tiene un tiempo infinito para ejecutar una tarea.

-         Siempre estamos en un camino que busca el equilibrio interior a través de ser mejor cada día

-         Esa es una reflexión demasiado filosófica para un momento en el que me gustaría ya estar en la cama contigo, amor mío, le susurran esos mismo labios que antes la besaban

-         Hoy no. Ni besos, ni caricias, ni más palabras. Sólo quiero que me folles.

Se sienta en la cama y se quita las medias con delicadeza. Cuando las deja sobre la sábana podría pensarse que no han sido estrenadas jamás. Esa noche habrá sonidos de agua de ducha, de gemidos de placer, de secadores de pelo, de sintonías de móviles y de rozar de sábanas. Pero no se oirá ni una sola palabra más.

Cuando ella se despierta, al día siguiente, lo único que queda de él es un leve pero fuerte olor en el aire, como estancado, la sábana doblada por el lado de la cama en el que parece que estuvo alguien acostado, ya levantado, ausente, y una nota sobre la almohada.

“He cambiado de número, desde esta mañana. Ya te localizaré yo”

Elena había conocido a Carlos utilizando una web de contactos. Ni Elena se llamaba Elena ni Carlos se llamaba Carlos, pero ninguno de los dos lo sabía, aunque lo sospechase, no les importaba, ni tampoco era relevante para lo que tenían. Además, rara vez utilizaban sus nombres de pila, quizás porque les resultase extraño llamar a alguien por un nombre que quizás no fuese el suyo, como sabían que pasaba con ellos mismos. Elena pensaba que no respondería de forma natural si la llamaran Elena.

Desde hacía ya varios meses, se veían y se tocaban todas las semanas, aprovechando los viajes de Elena a Madrid debido a sus sesiones de coaching en el banco. Había sido detectada como una joven sobradamente preparada, con un brillante porvenir, y sus jefes la incluyeron en un programa de desarrollo laboral al que no estaba segura de querer acogerse, pero que le permitía sus desahogos. Era una mujer de espléndidos 33 años, recién cumplidos, de la que nadie hubiese imaginado que acudiría a un servicio de contactos para mantener relaciones sexuales. Porque no era eso lo que necesitaba, pero si que fuesen así sus encuentros con Carlos, de esa forma, anónima. Al menos para quien los pudiese ver y no reconocer. Si alguien los hubiese observado pasear juntos, situación que no se había dado nunca hasta este momento, hubiera dicho que hacían muy buena pareja.

A Carlos el sexo de una noche le sobraba; a sus casi cuarenta años mantenía en forma un cuerpo perfecto, fruto de muchas horas de trabajo en máquinas de gimnasio, maridado con generoso esfuerzo e inquebrantable fuerza de voluntad, y aderezado con una pizca de genética envidiable. Era el resultado de una combinación física y mental perfecta. Pero lo que si le faltaba era el trabajo, sin el que se había quedado seis meses atrás, y que había motivado que, buscando una solución cómoda, alquilara su anatomía a un precio razonable. Decidió colgar unas fotos suyas en la web a la que acudió Elena, en las que era poco reconocible y que atrajeron solamente a un puñado de clientas que, según declararían todas ellas a quien pudiesen confesárselo, no se explicaban la fortuna de haber podido contratar como semental a semejante hombre y menos aún a un precio de verdadera ganga. Carlos necesitaba dinero, pero no hacerse rico, y como el sexo le gustaba, decidió que con que obtuviera lo necesario para pagar el alquiler del piso en el que vivía, era suficiente.

Desde hacía tres semanas ya, Carlos no aceptaba más encargos que los de Elena, justo tras acudir a una entrevista de trabajo para un puesto en el que creía encajar. Para detener las llamadas que le traerían ya un dinero que consideraba superfluo, había eliminado su perfil de la web de contactos y había decidido dar de baja el número de móvil. La decisión fue tomada la tarde anterior, poco después de recibir el whatsapp de Elena confirmándole el número de habitación y dándole las pistas para que pudiese encontrar la llave de acceso.

Elena nunca había hablado con Carlos sobre sus clientas; no sabía cuantas tenía y no sabía que Carlos había decidido quedarse sólo con una. Con ella, precisamente. Ahora, lo que iba a saber cuando despertara, se girara hacia el lado derecho de la cama, abriese los ojos, viese la nota en la almohada y la leyera, era que debía esperar a que le fuese comunicado el nuevo número en el que podría encontrar a Carlos.

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