miércoles, 16 de noviembre de 2011

una de taxistas

Siempre se encuentra uno con momentos en los que necesita un empujón para escribir y he encontrado mi inspiración en los taxistas de Madrid. Si en "El silencio de los corderos" Hannibal Lecter decía que sólo se desea lo que se ve, el corolario a esa ley es que sólo se aborrece también lo que te toca, y latente en algún recoveco tenía yo escondida esta aversión por el gremio y que ahora aflora.

Resulta que últimamente caigo más por Madrid, con lo cual soy más asiduo al taxi y departo más tiempo con sus conductores. Y, como era de esperar, tengo que aguantar sus cositas: unas veces un pequeño rodeo que tienes que corregir, aunque con la crisis el diminutivo es sólo carñoso, otras veces un mal humos o una conducción excesivamente agresiva, en ocasiones, como ha sido la que ha provocado esta entrada, un tipo que se mosqueó porque metí mi maletín en el coche en vez de en el maletero (maletín-maletero), por la tapicería de cuero, me imagino. Me aguanté.

Todo el mundo tiene el derecho universal a tener días malos, pero no es posible, aunque las leyes estocásticas lo intuyan, que todos los de los taxistas de Madrid me toquen a mi.

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